Autor: Justo Cabezas
En los años cincuenta del pasado siglo, los estudiantes
de bachillerato elemental que optaban por las ciencias al pasar al
bachillerato superior, abandonaban el pesado diccionario de latín
Spes, que les acompañó durante tres años, y se cargaban con otro
libro, a veces más pesado: las tablas de logaritmos.
Un par de décadas después, las calculadoras asestaron un golpe de muerte a estas tablas, aliviando así el peso físico en la cartera del estudiante y la pesadez del cálculo con ellas en su mente. Los alumnos, sobre todo en la universidad, se adscribían a una tabla determinada, como se podían adscribir a una hinchada de un equipo de fútbol. Y decimos en la universidad porque allí ya no se podía hablar de seis decimales.
Un par de décadas después, las calculadoras asestaron un golpe de muerte a estas tablas, aliviando así el peso físico en la cartera del estudiante y la pesadez del cálculo con ellas en su mente. Los alumnos, sobre todo en la universidad, se adscribían a una tabla determinada, como se podían adscribir a una hinchada de un equipo de fútbol. Y decimos en la universidad porque allí ya no se podía hablar de seis decimales.
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