10 de octubre de 2014

El consumo infantil

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Autor: Luis Fernando López Silva
Aprovechando la cercanía de las Navidades, época de felicidad y alegría, encuentros familiares y regalos por doquier, me gustaría introducir una reflexión pertinente sobre la infiltración de mensajes y anuncios consumistas en la vida cotidiana de los más pequeños. Desde hace ya unas décadas el mundo del consumo infantil ha ido cambiando y renovándose con un marketing especializado en el contenido de los mensajes comerciales. Los anuncios dirigidos a los niños están prácticamente en todas partes, es un virus que anda suelto y mantiene cautivos a una gran mayoría de la población infantil, juvenil e incluso adulta. El rumbo hacia el cual nos dirige la industria del consumo infantil es cuestionable, puesto que incide directamente en la creación de hábitos y se sirve descaradamente de la inmadurez emocional de los infantes.
En la era de Internet y las redes sociales, las innovaciones tecnológicas han generado un  sutil modo de trasladar los mensajes comerciales a las mentes más vulnerables causando un enorme impacto en el universo mental de la infancia. Lo profesionales del marketing con sus geniales pero interesados spots publicitarios sugestionan a los niños con la falsa premisa de que los productos que se les anuncian son necesarios para su supervivencia social, influyendo no solo en lo que desean comprar, sino en lo que creen que son y en cómo se sienten en relación consigo mismos, es decir, en su autoestima.
Como es lógico, los padres en este asunto son de una importancia capital, pues lo que está en juego es el bienestar emocional y social de sus hijos. Por tanto, la recta labor y coherencia dentro de la familia es un factor primordial a la hora de educar desde la más tierna infancia  los hábitos de compra de los futuros consumidores. Como bien se sabe, los niños aprenden más por el ejemplo, la conducta y los modelos familiares y sociales que por el mensaje verbal; ateniéndonos a este fenómeno educacional, los padres han de ser los primeros en dar el ejemplo, porque si los padres son ya personas iniciadas en el consumo compulsivo o repetitivo, su hijo, bombardeado además por la publicidad permanente e intensiva, adoptará y multiplicará por dos los patrones consumistas de sus progenitores.
Descomercializar la infancia, restringir el reclutamiento de niños para hacer publicidad y proteger la vulnerabilidad en la que se halla la infancia ante los anuncios y el marketing, es una tarea no solo de los padres, sino de las instituciones y la sociedad en su conjunto. No es únicamente una cuestión de consumismo desaforado, sino que además es un inconveniente que conlleva secuelas mentales tanto para aquellos niños de familias con poder de compra, como para aquellos chavales en las que sus familias no pueden permitirse tales gastos. Se sabe que niños de familias acomodadas inmersos en un consumo a gran escala, terminan desarrollando patologías mentales y conductas antisociales; en sentido opuesto, los niños de familias con poder adquisitivo reducido ofrecen cuadros de baja autoestima, depresión y conductas disruptivas debido a la ansiedad y rebeldía que les produce no poder adquirir los productos que la publicidad les desliza directamente a sus emociones.
Hoy, desde la televisión al cine y desde Internet a las redes sociales, todo está impregnado de un marketing agresivo que desajusta la natural evolución cognitiva y emocional de los amados retoños. Por lo que si no somos capaces de refrenar esta avidez consumista entre todos los implicados, nos encontraremos a medio y largo plazo una sociedad más insana, egoísta, intolerante, donde abundarán no solo trastornos psicológicos y sociales, sino aquellos otros que se derivan de un alto grado de consumo de recursos: ambiental, alimentario, climático, energético...
En tanto que las Navidades son una fecha perfecta para las reuniones en familia, imagino lo son también para el diálogo sosegado y renovado. De esta guisa, sería deseable un juicio razonado de todos sobre la cultura del consumo y la ficción hollywoodiense de la vida moderna infantil. Porque si la industria del consumo infantil está empeñada en hacernos creer que los adolescentes son autómatas nacidos para comprar, demostrémosles desde nuestro ejemplo y buen hacer que no toleraremos esa injerencia perjudicial en la vida de las generaciones más jóvenes. Hemos de intentar a toda costa que la felicidad juvenil no se base exclusivamente en la tenencia material, porque las aspiraciones de nuestros adolescentes han de ir más allá del mero consumo hedonista.

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