12 de agosto de 2016

Una vieja definición de escuela

Autor: Benito Estrella Pavo

ESCUELA: Ayuntamiento de maestros et escolares que es fecho en algunt logar con voluntad et con entendimiento de aprender los saberes  (ALFONSO X El Sabio) 
I
Cuando uno oye las palabras, hermosas y grandilocuentes, que habitualmente se vierten sobre la Educación y la Escuela por parte de los mandatarios de nuestras naciones adelantadas, piensa que si se convirtieran en realidad, harían de esta industria de la enseñanza la más desarrollada y potente de todas las industrias, incluida la industria bélica. Uno oye con sus ojos a los muertos, al leerlos, que hablaron de la paideia, del trivium y el cuatrivium o de la ilustración como tierras ignotas que hoy anegan a partes iguales la burocracia administrativa, la palabrería académica inane y las nuevas tecnologías. Y ve en lo que se vive cada día que nada de lo que se dice es como se dice. Y esta constatación es la que le mueve a uno a escribir estas notas apócrifas como saludable ejercicio para mantener la cordura.


Lo primero es combatir la lotofagia, si es que queremos llegar a Ítaca. Por eso citamos a alguien que vivió en el siglo XIII, cosa imperdonable en esta sociedad nuestra en que triunfa el adanismo, aunque se trate en este caso de un rey sabio, toda una autoridad. Esta es la definición que Alfonso X el Sabio nos dejó de Escuela: “Ayuntamiento de maestros et escolares que es fecho en algunt logar con voluntad et con entendimiento de aprender los saberes”.Esta vieja definición resulta hoy pertinente, digan lo que digan los adanistas, precisamente por su sencillez y precisión provocativas. La Escuela es ahora una especie de brontosaurio burocrático que al olvidar su sentido originario en favor de un galopante gigantismo formal se muestra como especie en peligro de extinción. Veamos brevemente qué nos dice la definición: 
AYUNTAMIENTO: El “juntarse” es el punto de ignición que pone en marcha la realidad “escuela”, que no es ni el edificio —esté o no acondicionado para ello— ni sus proclamas institucionales —por muchos formalismos burocráticos que implementen la institución para darse a sí misma visos de realidad—. “Escuela” es un proceso discursivo de intercambio para el que se ayuntan o juntan maestros et escolares
FECHO: Se trata de un quehacer; pertenece a la praxis, no a la redacción de leyes, teorías y proyectos de pedagogos de salón. Y dentro de lo práctico, no a la tejné —lo técnico—, sino a la phrónesis —al arte de la prudencia—. Aunque sea un arte racional, por tratar con la complejidad de lo humano, no se presta a un uso meramente instrumental de la razón. Mucho menos de las maquinarias.  
LUGAR: El lugar no puede puede ser un espacio ocupado por cualquier objeto, sino un lugar habitado y habitable por un sujeto; un lugar de acogida, no un no-lugar determinado por una conducta mecánica. Un lugar para la aletheia, agathón y kalón (la verdad, el bien y la belleza) fuentes de toda paideia y justificación de toda pedagogía, es decir, de toda humanización (como ha dicho recientemente Emilio Lledó en su discurso del premio Princesa de Asturias). 
CON VOLUNTAD DE APRENDER: Esto quiere decir varias cosas: que el juntarse es voluntario, que los que se juntan saben para qué lo hacen, que se trata en ambos de querer aprender. Si no hay esa voluntad de aprender, el juntarse se puede convertir en cualquier cosa, pero no será una escuela. En esta definición la “escolarización” es inseparable de “la educación”, y la educación, como dijo Gadamer, es “educar-se”. 
LOS SABERES. Lo que tienen que aprender los que se juntan son lo saberes. Es decir, unos, los maestros, enseñan lo que saben poniéndolo en discusión —docta ignorancia—, a otros, los escolares, que ponen en cuestión lo que saben —ignorancia a secas— ante la autoridad de los maestros. Así, en la relectura de los saberes sobre el mundo, estos son comprendidos, actualizados críticamente y asimilados o acogidos, convertidos en conocimiento, en saberes con sabor y alimento. 
 II
Imagínese uno apostado como un auténtico paparazzi invisible —eso somos un poco los jubilados— a la puerta de una Escuela, con el asombro de un niño y a la vez con la sabiduría, mucha o poca, de toda una vida de experiencia. Nuestra invisibilidad nos confiere a la vez santa paciencia y extraordinaria libertad de movimiento. Nos permite actuar sin que nuestra presencia afecte a la química de los procesos que se desarrollan allí, muy sensibles a las influencias de la luz. Con el confesado propósito, además, de contar todo cuanto vea y hacerlo con propiedad, unidad, razonabilidad, coherencia, relevancia y palabras de la tribu entendibles por todo el mundo.  
Henos aquí delante de la verja de la escuela, que a todas ellas guarda y preserva de los vandalismos exteriores. Vienen creciendo desde hace algún tiempo y han ido transformando los edificio escolares en baluartes a la defensiva: no hay más que fijarse en cómo se han multiplicado las rejas y los sistemas de protección, control y vigilancia para el acceso al edificio. Y como ha ido creciendo también su fealdad exterior y las señales de vandalismo y mal gusto en sus paredes, pasillos, retretes y dependencias, lo que hace dudar de que este edificio esté efectivamente dedicado a la tarea de educar. Pues si ya en los aspectos externos del lugar no hay belleza y pulcritud, ¿como podrá haber verdad y bien? 
Conforme vayamos penetrando, con nuestros ojos extrañados, en este edificio, en sus distintas dependencias y observemos el trasiego de entradas y salidas que se reproducen en cada uno de los niveles que componen su estructura institucional, reflejada en parte en la arquitectura de esto que parece un castillo medieval, iremos comprobando lo poco que concuerda la definición de Escuela del rey sabio con la realidad actual —para mal de la actualidad— de lo que se conoce con ese mismo nombre. Porque el Rey Sabio no se refiere en su definición de Escuela a ningún castillo, ya que en su época no eran los castillos los que alojaban precisamente las tareas del aprendizaje de los saberes —aunque su corte toledana amparara la llamada Escuela de Traductores, algo impensable hoy día— sino los monasterios.  
¿Y qué tareas se hacían en los monasterios que se parecieran en algo a las que se hacen o deberían hacerse en las escuelas? Trabajar, leer y escribir y rezar. Es decir, formar la mano, la mirada y el espíritu en paz y en silencio, lejos del mundanal ruido. Dejémoslo aquí de momento: las comparaciones son siempre odiosas. Pero si el lector lo desea, repase la definición del rey sabio y compare. 

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